La
mujer que vivió entre una tormenta, que navegó mares prohibidos, que naufragó
más de una vez y que conoció a fondo el dolor, también supo amar, aunque ese
amor sólo desencadenara más ríos para ser navegados. Frida Kahlo no fue sólo
una pintora, fue una poetisa y una guía para otras feministas que le siguieron.
Con un corazón fuerte como la roca pero suave como las flores supo amar y mostrarse auto suficiente, algo difícil para la época en la que le tocó vivir.
Su
corazón fiel a México pero viajero le permitió conocer personas de otras
nacionalidades que lograron acercarse a ese músculo que trabajó como ningún
otro. Su corazón dio cabida a hombres y mujeres por igual: José Bartolí,
Nickolas Muray, Chavela Vargas, León Trotsky, Leo Eloesser… Y claro que Diego
Rivera.
Con
una vida tormentosa, rodeada del infortunio, de la enfermedad, e incluso de las
infidelidades, encontró un escape en el pincel. Una extensión de su cuerpo con
la que pudo hacer visible lo que habitaba su mente. Pero también lo encontró en
la pluma. La pintura y la tinta se convirtieron en sus amores más íntimos, los
que nunca la traicionaron, que no la engañaron y que nunca la abandonaron. Es
verdad que Frida Kahlo tuvo muchos amores, pero ninguno fue tan importante y
leal como lo fue el arte; la pintura y las letras.
“Quisiera
darte todo lo que nunca hubieras tenido, y ni así sabrías la maravilla que es
poder quererte”.
“Te
quiero… gracias porque vives, porque ayer me dejaste tocar tu luz más íntima y
porque dijiste con tu voz y tus ojos lo que yo esperaba toda mi vida”.
“Vivo
cada día con la esperanza de verte regresar… y cada noche sabiendo que no
estás”.
“No
dejes que le dé sed al árbol que tanto te ama, que atesoró tu semilla, que
cristalizó tu vida a las seis de la mañana. No dejes que le dé sed al árbol del
que eres sol”.
“Como
siempre, cuando me alejo de ti, tomo dentro de mí tu mundo y tu vida, y así es
como puedo sostenerme por más tiempo”.
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