Tras el accidente de 1925, Frida Kahlo se vio obligada a
pasar largas temporadas postrada en su cama. Su madre, en un afán de buscar una
distracción que le hiciera tolerable la convalecencia, le proporcionó un
caballete portátil y un estuche de pinturas, con las que comenzó a realizar
dibujos y retratos de personas cercanas a ella.
La primera obra que pintó fue el Autorretrato con vestido de
terciopelo, que realizó en 1926 como un regalo para su entonces novio Alejandro
Gómez Arias. Al reverso, Frida escribió: “Hoy es siempre todavía”. Esta obra
tiene un estilo similar a otro de los primeros retratos que realizó, el de
Alicia Galant, una de sus amigas y vecinas de Coyoacán. Frida la pintó en el
interior de una habitación, sentada en un sillón, totalmente erguida. Esta pose
estilizada recuerda los cuadros de Sandro Boticelli, que tanto le gustaban, y
que eran su referencia artística más cercana. En el retrato predominan los
colores y tonos oscuros, por lo que es difícil visualizar donde acaba el
espacio interno y donde comienza el externo. La luz en la pintura proviene del
rostro de la modelo, cuya mirada elude al espectador. A través de una ventana
-que no vemos- se observa un paisaje nocturno, en el que la joven pintora
incluyó vegetación y dos estrellas en el firmamento. Seguramente una vez
terminada la pintura fue del agrado de su creadora, en tal medida que decidió
anotar en el anverso de la misma una leyenda que le permite asumirse como
pintora:
“Mi primera obra de arte, Frida Kahlo 1927”.
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